Examen Final de Intervenciones Organizacionales

Relato: “A Contrarreloj”
El sonido del despertador interrumpe la tranquilidad de la mañana como un disparo. Carlos, un profesor de filosofía de 48 años, se da vuelta en la cama, con la cabeza llena de ideas y preguntas sin respuesta. El cansancio lo golpea, pero sabe que debe levantarse. Tiene 45 minutos para estar en la universidad y, aunque aún se siente ajeno al ritmo frenético de la vida universitaria, ha aprendido a adaptarse. Tras años de enseñar en la secundaria, esta nueva etapa como estudiante universitario lo ha desbordado, pero también lo ha desafiado.
En la cocina, mientras se prepara un café, mira su teléfono y observa un mensaje de Laura, su compañera de estudios y amiga desde los primeros días en la universidad. “¿Listo para lo de hoy?”, escribe ella. Carlos sonríe ante la ironía de la pregunta. Laura es consultora organizacional, especializada en recursos humanos, y a sus 43 años, siente que la psicología es su única oportunidad de trascender en un mundo donde las oportunidades laborales escasean.
Después de un último sorbo de café, Carlos se pone la chaqueta y camina hacia su coche. Su mente todavía está rondando por el caso que tiene que presentar hoy en clase: una situación organizacional compleja sobre liderazgo y motivación en un entorno de trabajo con alta rotación. El examen final del curso está cerca y ambos se sienten igualmente presionados. Pero más allá de la presión, está la incertidumbre de si, realmente, sus vidas profesionales como estudiantes de psicología, luego de tantos años de esfuerzo, encontrarán un lugar en el mercado laboral.
Al llegar a la universidad, Carlos se encuentra con Laura en el pasillo. Ella lleva su laptop en la mano, mirando las notificaciones mientras camina. No la mira a él hasta que se detiene frente a la sala de clases. Ambos saben que, aunque la vida los ha llevado por diferentes caminos profesionales, están compartiendo ahora una misma meta: encontrar un sentido de realización personal y profesional en un contexto donde las oportunidades parecen escasas y los logros, frágiles.
“¿Estás listo para presentar el caso?”, le pregunta Laura con una sonrisa nerviosa.
Carlos asiente. Sabe que ella se siente insegura, como él, pero no lo expresa en voz alta. En la consulta organizacional, Laura ha tenido que enfrentarse a situaciones donde la teoría nunca se ajusta a la realidad. En su día a día, aplica herramientas psicológicas, pero sus clientes no siempre tienen la disposición ni el tiempo para seguir sus recomendaciones. En ocasiones, las soluciones que le proponen son vistas como utópicas, en un mundo que, a veces, parece no querer cambiar.
“Vamos a hacerlo”, responde él, y entran a la sala de clases.
La dinámica del aula es algo que a Carlos le resulta desconcertante. La juventud, la energía, los debates apasionados. Todo parece estar en un acelerado presente, mientras él intenta buscar conexiones con conceptos que a veces parecen lejanos a su experiencia. Pero, mientras escucha a sus compañeros, las preguntas empiezan a surgir: ¿es la motivación suficiente para cambiar una cultura organizacional? ¿Cómo se lidera a un equipo cuando la confianza en la organización está erosionada? ¿Es posible fomentar el compromiso sin contar con recursos adecuados?
Durante la exposición de Laura, él observa que ella, aunque confiada, no puede evitar un gesto de incomodidad cuando los jóvenes estudiantes la cuestionan. Ella ha trabajado durante más de 15 años en consultoría, pero ahora, enfrentada a este examen práctico, debe aplicar todo lo aprendido en situaciones que van más allá de las soluciones rápidas y prácticas que ofrece el día a día. Aquí no hay espacio para atajos. Cada concepto, cada herramienta, debe ser evaluada a fondo.
“Creo que lo que necesitamos entender es que la motivación no puede ser forzada. Es un proceso orgánico que depende del contexto, de las relaciones interpersonales y, sobre todo, de la comunicación efectiva”, dice Laura mientras proyecta un caso sobre un equipo con baja motivación. A medida que las palabras fluyen, siente la presión de dar respuestas que no solo sean correctas teóricamente, sino que también resuenen con su experiencia en el campo. La tensión es palpable.
Al terminar la exposición, ambos se sientan juntos en el pasillo. “No sé, Carlos. Siento que cada vez que intento aplicar lo que estudio, el mundo real me da una lección aún más dura que la universidad. ¿Será que hemos elegido el camino correcto?”, le pregunta Laura, casi como si lo buscara como un salvavidas.
Carlos la mira, reconociendo la fatiga en sus ojos. “No lo sé, Laura. Yo me pregunto lo mismo todos los días. A veces pienso que la teoría está tan alejada de lo que realmente pasa en una clase, en una empresa, en la vida misma. La motivación que enseñamos, las teorías sobre el comportamiento humano… parece que nunca encajan de manera perfecta. Pero también sé que necesitamos estas herramientas para poder adaptarnos.”
Ambos son conscientes de que las oportunidades laborales escasean. El mercado está lleno de profesionales como ellos, con formación avanzada, pero sin los contactos adecuados, sin el respaldo de una trayectoria exitosa. La frustración se acumula. A pesar de los años de experiencia en sus respectivos campos, el miedo a la irrelevancia es persistente. ¿Qué les garantiza que tendrán un espacio en este mundo tan cambiante y competitivo?
“¿Sabes qué, Carlos?”, dice Laura, mirando al frente. “A veces creo que lo que realmente importa no es si logramos un puesto prestigioso o si nos convertimos en grandes nombres en la consultoría. Quizás, lo que realmente importa es que, al menos, estemos siendo útiles a quienes más lo necesitan. Es decir, si este conocimiento ayuda a un equipo a salir adelante, si podemos influir en un cambio real en una organización, tal vez eso sea lo que más cuente.”
Carlos sonríe, reconociendo que esas palabras resuenan en él. La vida no les ha dado muchas respuestas fáciles, pero tal vez el propósito está en la búsqueda constante, en la capacidad de aplicar lo aprendido en las situaciones más difíciles, y en la resiliencia frente a un futuro incierto.
Ambos se levantan, recogen sus cosas y salen del aula. El día continúa, pero algo ha cambiado: el temor al futuro sigue allí, pero la esperanza de hacer una diferencia, por pequeña que sea, también. Y tal vez, al final, eso sea suficiente para seguir adelante, enfrentando los retos de un mundo que parece estar siempre a la espera de una respuesta.