Capítulo 2: El Caballo de Troya

elblogderene.com  > Uncategorized >  Capítulo 2: El Caballo de Troya

Capítulo 2: El Caballo de Troya

0 Comments

José Antonio Kast caminaba por los pasillos de su oficina con las manos entrelazadas en la espalda. Las luces del atardecer proyectaban su silueta en la pared, alargada, como si intentara estirar su propia sombra para cubrir el vacío que lo rodeaba. Había sido el líder de la nueva derecha, el hombre que desafió al establishment, el rostro del conservadurismo renovado. Pero los años habían pasado, y con ellos, su aura de invencibilidad se había desvanecido.

Los errores se acumulaban como escombros tras un derrumbe. Perdió el plebiscito, perdió la elección presidencial, y ahora su liderazgo dentro de su propio partido estaba en duda. Pero quizás lo peor de todo era la herida abierta de la Ley Antipituto. Había prometido barrer con los operadores políticos enquistados en el Estado, con los “amiguitos de siempre” de la vieja política. Pero cuando llegó el momento de la verdad, no tuvo la fuerza para empujarla hasta el final. Los mismos que ahora lo miraban con desconfianza recordaban ese fracaso como una prueba irrefutable de su declive.

Y en política, la debilidad es un perfume que atrae a los depredadores.

—Aún tengo influencia —se dijo Kast en voz baja, como si al pronunciarlo pudiera convertirlo en realidad.

Pero lo cierto es que ya no bastaba con repetirlo. En la nueva derecha, donde el Partido Nacional Libertario, de Johannes Kaiser, había tenido un crecimiento explosivo —casi sobrenatural—, Kast ya no era el futuro. Era el pasado. Un pasado digno, pero pasado al fin y al cabo.

Por eso apostaba todo a un milagro.

Si Kaiser cometía un error comunicacional, si caía en una trampa, si una grabación filtrada lo mostraba diciendo algo explosivo, entonces Kast podría emerger como el adulto en la sala, el hombre que la derecha necesitaba para evitar una debacle. No tenía otro camino. Sabía que enfrentarlo directamente era suicida; los votantes de Kaiser no tolerarían un ataque abierto. Por eso había decidido unirse a la estrategia de “pirañas”, una táctica de desgaste donde los ataques venían de múltiples flancos, aparentemente desconectados, pero coordinados en la sombra. Pequeñas mordidas, cada una insignificante por sí sola, pero letales en conjunto.

Mientras tanto, en la negociación parlamentaria, Kast mantenía la fachada de unidad con los Social Cristianos y el Nacional Libertario de Kaiser. Sabía que sin un pacto electoral su sector perdería escaños clave. Pero en la presidencial, su apuesta era otra.

Porque Kast no apostaba realmente a un gobierno de la nueva derecha. Apostaba a que, si Evelyn Matthei ganaba, ella lo invitaría a él a la coalición de gobierno. Su relación con Chile Vamos era un pacto implícito, un entendimiento entre políticos tradicionales que sabían jugar el juego del poder. No importaba cuán de centro o cuán socialista sonara Matthei: si llegaba a La Moneda, su gabinete sería el de siempre, el de la derecha de los acuerdos, de los favores cruzados, de los tecnócratas reciclados.

Y en ese gobierno, los Nacional Libertarios no tendrían cabida.

Por orgullo o por estrategia, o bien se autoexcluirían, o bien serían excluidos de facto. Nadie los invitaría a un gobierno de “unidad” donde los equilibrios internos dependían de mantener contenta a la élite empresarial y política. Matthei nunca permitiría que Kaiser y su gente se sentaran en la mesa donde se reparten los verdaderos poderes del Estado.

Por eso Kast jugaba en dos tableros: en la negociación parlamentaria, fingía estar alineado con los Nacional Libertarios; pero en la negociación del poder ejecutivo, su lealtad era con Chile Vamos. Su lugar estaba asegurado.

El único problema era que, si Kaiser no se caía, si su movimiento seguía creciendo, entonces todo su cálculo se derrumbaba.

Porque en política, el peor error no es perder una elección.

Es convertirse en el traidor.


Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *