Capítulo 10: El Color del Pacto

Recapitulación del capítulo anterior
Las editoriales comenzaban a hablar de Kast como “el gran articulador de la derecha”. Las cadenas de WhatsApp repetían que “quizás ahora sí le toca”. No había evidencia de terreno, ni arrastre popular real, pero el relato se imponía desde arriba. Todo apuntaba a una estrategia envolvente: inflar a Kast para contener a Kaiser sin tener que enfrentarlo directamente.
Matthei, pragmática, usaba la sombra de Kast como escudo. Mientras la derecha dura se dividía, ella aparecía como la opción de equilibrio. Y Kaiser debía decidir: dejar crecer la burbuja hasta que estallara sola… o reventarla en vivo.
El tiempo, sin embargo, no perdonaba. El blindaje mediático se le acababa a José Antonio Kast exactamente en el primer debate oficial, o al menos, en el debate en el cuál Kaiser decidiera usar su carta más demoledora. Cada punto artificial que ganaba Kast lo acercaba más al colapso. Y cuando las burbujas revientan, no queda margen para renegociar el lugar en la historia.
Capítulo 10: El Color del Pacto
El aire del estudio era tan espeso como los silencios de quienes estaban a punto de ser expuestos.
Evelyn Matthei cruzaba las piernas como si fuera una reunión de directorio. José Antonio Kast mantenía la postura, pero no el alma. Perro Chico, inquieto, buscaba la pantalla de retorno como si en ella hubiera refugio. Carolina Tohá observaba, con media sonrisa, sabiendo que la implosión venía desde dentro.
Entonces habló Johannes Kaiser.
No necesitó estridencia. La verdad no grita cuando es evidente.
—Vamos al grano —dijo—. Este es el artículo 1 de la propuesta constitucional que ustedes promovieron. El centro del proyecto. Lo vamos a leer juntos.
Sostuvo el texto en alto. Y comenzó.
“1. La dignidad humana es inviolable…”
—¿Dignidad? ¿Quién la define? ¿La ONU? ¿la Contraloría? ¿un comité asesor de ética? Este concepto, aunque parece inofensivo, es una trampa lingüística. Lo que empieza como principio termina como excusa. Se usará para prohibir, castigar, imponer. Porque en el Estado moderno, “dignidad” no es respeto al individuo: es licencia para intervenir en su vida.
“2. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad…”
Kaiser asintió.
—OK. Porque la familia no es un invento político. Es natural, fundacional, previa. Pero este principio no necesita protección. Solo necesita que no la destruyan.
“3. El Estado de Chile es social y democrático de derecho…”
—Aquí está el corazón del engaño. El Estado “promueve derechos sociales de forma progresiva”… ¿Con qué recursos? ¿A cargo de quién? Esto es socialdemocracia con sotana. Redistribución bajo lenguaje pastoral, en el mejor de los casos. Promesas que esclavizan a unos para satisfacer sueños de otros. No es neutral. Es planificación. Es colectivismo. Y ustedes —mirando a Kast y Matthei— lo firmaron.
“4. Las agrupaciones gozarán de autonomía…”
—La libertad de asociación no debe “otorgarse”. Este artículo presenta la autonomía civil como un favor del Estado. Como si los ciudadanos tuvieran que pedir permiso para asociarse. Es un enunciado torcido: parece liberal, pero implica subordinación.
“5. El Estado promoverá el bien común…”
—¿El bien común? ¿Cuál? ¿El que define Hacienda? ¿La “convivencia pacífica” según el MINEDUC? Esta cláusula es una puerta giratoria para la planificación blanda. Para justificar cualquier intromisión. Cuando todo es bien común, nada es privado.
“6. El Estado removerá obstáculos para la realización espiritual y material…”
—¿Remover obstáculos? ¿A quién le toca decidir qué impide tu realización? ¿Una unidad de género? ¿Un juzgado ambiental? Este artículo convierte al Estado en terapeuta forzoso, redentor moral. No es libertad. Es domesticación.
Kaiser cerró el texto con calma sobre el atril. Y dijo “Y eso es sólo el primer Artículo que nos quisieron encajar”. Entonces levantó una imagen. La foto de un video: Paul Sfeir, en plena campaña.
—“Solo te pido dos minutos”, decía. “Para defender la Constitución.” Y miles le creyeron. Patriotas. Conservadores. Nacional-libertarios. Liberales clásicos. Ciudadanos que votaron rechazo para evitar precisamente esto.
Pausa.
—¿Y qué hizo? Apoyó este texto. Lo firmó. Y cuando se le preguntó, acusó al votante del rechazo de estar “votando con los comunistas”. Ese fue el chantaje. Esa fue la estrategia: convertir la duda en traición. Lo único parecido a una explicación fue una declaración de rendición, nos decían que si no aprobábamos la Izquierda tenía los votos para cambiar la Constitución porque habían bajado los quórums. Y perdieron. Ganó el rechazo ¿Y ocurrió?
Y entonces se dirigió directamente a José Antonio Kast.
—Don José Antonio. Ha pasado un año y medio desde el Rechazo. Desde que el país les dijo que no. Le pregunto hoy:
¿Volvería a defender este artículo 1, punto por punto?
¿Seguiría diciendo que esto es “una constitución republicana”?
¿O va a reconocer que nunca se explicó? ¿Que fue una apuesta fallida que se impuso desde arriba?
Kast no respondió.
Kaiser continuó:
—En su campaña anterior, usted llevaba corbata amarilla. Porque quería el voto de la libertad. El del rechazo. El que trabaja, no pide. El que educa, no delega. El que cree en Chile, no en Nueva York.
Pausa larga.
—Y después vino ese viaje. Nunca se explicó. Nadie supo con quién se reunió. Pero al volver… su corbata era azul. El color del consenso. De la obediencia. Del pacto silencioso.
Y cerró, mirando a la cámara:
—A nosotros nos trataron como rebaño. Nos quisieron llevar para allá y para acá. Que votemos esto. Que votemos lo otro. Que si no lo hacíamos, “le hacíamos el juego a los comunistas”.
—Pero nosotros no somos su rebaño don José Antonio.
Somos ciudadanos. Somos chilenos.
Y al ganar el Rechazo, les demostramos que sin los nacional libertarios los pocos son ustedes.
El estudio entero quedó en silencio.
No porque no supieran qué decir.
Sino porque por fin alguien dijo lo que todos sabían.