Capítulo 2: El Caballo de Troya

José Antonio Kast comprendía bien la lógica del poder: la negociación no se trata de ideales, sino de posiciones relativas. Su problema era que su posición se debilitaba con cada día que pasaba. Alguna vez fue el referente indiscutido de la nueva derecha, pero las derrotas electorales y su incapacidad para empujar reformas clave, como la Ley Antipituto, lo habían desgastado. Su capital político se depreciaba mientras que Johannes Kaiser y su Partido Nacional Libertario crecían con una velocidad que desafiaba cualquier cálculo tradicional.
El dilema de Kast era clásico dentro de la teoría de juegos: su mejor estrategia individual difería de la mejor estrategia colectiva. Si la nueva derecha se mantenía unida, él podía aspirar a un rol clave en un futuro gobierno. Pero si Kaiser seguía fortaleciéndose, Kast se vería reducido a una figura secundaria, atrapado en una coalición donde ya no dictaba las reglas. La ventana de oportunidad para consolidar su liderazgo se cerraba rápidamente.
Por eso, Kast apostaba a una estrategia mixta. En la negociación parlamentaria, mantenía la fachada de unidad con los Social Cristianos y Nacional Libertarios. Necesitaba a esos partidos para asegurar escaños clave en el Congreso. Pero en el juego presidencial, su cálculo era diferente: su lealtad real estaba con Chile Vamos, o más bien, con el gobierno que Evelyn Matthei eventualmente formaría si ganaba la elección.
Jugar en dos tableros
Desde la teoría de negociación, Kast ejecutaba una estrategia de “puente de compatibilidad”, manteniendo dos frentes abiertos para maximizar su utilidad. Por un lado, mostraba cooperación con Kaiser y los Social Cristianos en lo parlamentario, asegurando acceso a una bancada relevante. Por otro, apostaba a que, si Matthei llegaba a La Moneda, su pragmatismo la llevaría a integrarlo a su gabinete, mientras que los Nacional Libertarios serían descartados por inviables.
Esto convertía a Kast en un jugador clave en la negociación política, pero también en una pieza cada vez más vulnerable. En un equilibrio de Nash ideal, donde todos maximizan su utilidad sin que ninguno pueda mejorar su situación unilaterlamente, Kast debería mantenerse como intermediario. Pero la política no opera en equilibrios perfectos. En la medida en que Kaiser creciera y él se debilitara, su posición se erosionaría hasta quedar atrapado en un escenario donde ni la nueva derecha ni la vieja derecha lo verían como indispensable.
El problema era el tiempo. Cada semana que pasaba sin que Kaiser cometiera un error significativo, su margen de maniobra se reducía. La estrategia de “pirañas” —desgaste constante desde múltiples frentes— aún no mostraba resultados definitivos. Si no lograban desacreditar a Kaiser, el Nacional Libertario seguiría acumulando fuerza y Kast perdería capacidad de negociación.
Desde una perspectiva racional, su mejor opción era acelerar la definición del acuerdo parlamentario, asegurando su espacio antes de que su poder de negociación se deteriorara aún más. Pero en la presidencial, su éxito dependía de un tercer factor: que Matthei lo reconociera como un actor útil. Si ella lo veía como un peón debilitado, podía prescindir de él sin costo político.
El riesgo de la traición
La gran pregunta era si su juego a dos bandas sería sostenible. En negociación, la credibilidad es un activo clave. Si los Nacional Libertarios percibían su alineación real con Chile Vamos, la fractura en la nueva derecha sería inevitable. Y si Matthei concluía que él ya no sumaba valor estratégico, Kast quedaría aislado en el peor escenario posible: sin control sobre la nueva derecha y sin un lugar asegurado en el gobierno de la vieja derecha.
La traición es una jugada viable solo si se tiene suficiente poder para sobrevivir a las consecuencias. Y cada día que pasaba, Kast tenía menos poder y menos tiempo.