Capítulo 3: El Simulacro del Rescate

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Capítulo 3: El Simulacro del Rescate

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En el tablero cada vez más fragmentado de la derecha chilena, Evelyn Matthei descubrió que su imagen, aunque fuerte en ciertos círculos centristas y tecnocráticos, no bastaba por sí sola para movilizar a las bases más duras del electorado. El crecimiento de Kaiser era una amenaza no sólo para su aspiración presidencial, sino para la arquitectura política que buscaba reconstruir entre los escombros de Chile Vamos. Necesitaba una bisagra, un símbolo de continuidad que no fuera abiertamente suyo, pero que sirviera a su proyecto: necesitaba a José Antonio Kast.

Así, desde los centros de poder comunicacional que orbitan en torno a Cadem y Criteria, dos encuestadoras estrechamente vinculadas a sectores de la centroizquierda moderada y la centroderecha progresista, se tejió una narrativa artificial. Los datos comenzaron a “mostrar” una tendencia: Kast repuntaba, “sorprendía”, “volvía al juego”. Dentro de la caja negra de las encuestas —donde la opinión pública se convierte, más que en objeto de medición, en instrumento de manufactura— se encendió el simulacro del rescate.

Era una jugada estratégica basada en principios básicos de la teoría de juegos cooperativos: aumentar el valor percibido de un jugador para que los otros actores reconfiguren su estrategia en torno a él. En palabras simples: si logras que todos crean que Kast es aún viable, entonces vuelve a ser viable. Su capital político, devaluado por la realidad, era revaluado artificialmente por el discurso. La encuesta dejaba de reflejar el mundo; lo diseñaba.

Estrategia de última milla

En la mesa de Matthei, la fórmula se volvía clara: Kast debía ser reflotado no como adversario, sino como satélite leal, como el rostro que daría forma al ala derecha de su eventual gobierno. Su crecimiento súbito en las encuestas —pese a la falta de eventos concretos que lo justificaran— no respondía a una reactivación espontánea de las bases conservadoras, sino a un esfuerzo por proyectar equilibrio en el tablero. El objetivo no era que ganara Kast, sino que le quitara oxígeno a Kaiser y diera la apariencia de una derecha plural y cohesionada.

La jugada, sin embargo, era peligrosamente frágil. Desde la teoría de negociación, se configuraba como un juego de suma negativa: inflar a Kast debilitaba a Kaiser, pero no fortalecía realmente a Matthei, salvo que Kast aceptara un rol secundario en un futuro gobierno. Cualquier señal de autonomía excesiva, cualquier ambición desmedida por parte del republicano, podía convertir el plan en una bomba de tiempo.

Kast, por su parte, no ignoraba el origen espurio de su repunte. Sabía que el cariño mediático era prestado, y que la lealtad de Matthei era instrumental. Pero también comprendía que esta era su última oportunidad. La paradoja lo perseguía: era la última esperanza de Matthei solo en la medida en que siguiera sin ser una amenaza real para su candidatura. En cuanto mostrara músculo propio, dejaría de ser útil.

La ilusión del equilibrio

En este ecosistema de simulacros y negociaciones cruzadas, Kast se convirtió en el Caballo de Troya invertido: no era él quien infiltraba al enemigo, sino el que permitía a la vieja derecha infiltrarse dentro del proyecto de la nueva. Su rostro ofrecía continuidad a los votantes duros, mientras sus debilidades permitían a Matthei mantener el control del eje de poder.

Kaiser, sin embargo, no era ciego. Su equipo lo sabía: el sistema estaba intentando fabricar una narrativa que lo excluyera sin enfrentarlo directamente. Las encuestas, los editoriales, las cadenas de WhatsApp que de pronto sugerían que “Kast podría ser el gran articulador de la derecha”… Todo apuntaba a una estrategia envolvente, diseñada para hacerle perder ímpetu sin declararle la guerra.

En esta tercera fase del juego, la negociación había dejado de ser explícita. Lo que se jugaba era el relato. Kast era inflado como globo de contención, Matthei usaba su sombra como escudo, y Kaiser debía decidir si enfrentaba el simulacro de frente o lo dejaba crecer hasta que estallara por sí solo.

Pero el tiempo, como siempre, corría en contra de Kast. Cada punto que subía sin fundamento sólido lo acercaba más al borde del colapso. En un mercado político saturado de ruido, las burbujas estallan rápido. Y cuando eso ocurriera, no quedaría mucho margen para re-negociar su lugar en la historia.


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