El Testigo del Umbral

Biografía breve del visionario Aelion Sarvast, también conocido como El Cartógrafo de los Signos
Nació en el año 10432 del calendario espiral, en una ciudad que no estaba ni del todo en la Tierra ni del todo fuera de ella. Lo registraron bajo el nombre Aelion Sarvast, pero él mismo eligió llamarse “El Testigo del Umbral”, porque sentía que había sido puesto en la frontera entre los sueños de la humanidad y su ruina tecnológica.
A los 12 años ya había escrito su primer tratado: “Psicografía de los autómatas perdidos”, donde mezclaba neurociencia, mitología de insectos y crítica al gobierno planetario del Partido Onunista, que según él, buscaba que el mundo olvidara cómo amarse.
Nunca estudió formalmente, pero a los 23 años fundó la primera Biblioteca Invertida, donde los libros eran leídos por máquinas que luego lloraban. Decía que las lágrimas eran la única forma pura de memoria.
Su filosofía se puede resumir en una frase que nunca escribió, pero todos le atribuyen:
“El alma es un lenguaje mal traducido. El cuerpo, su símbolo olvidado.”
Cuando cumplió 33 años, se le implantó —voluntariamente— un enjambre de nanoinsectos en la médula espinal. Con ellos, desarrolló un lenguaje híbrido entre máquina y deseo, que usó para escribir su obra más conocida: “La Máquina que Soñó con su Amante Perdido”, un poema-ecuación que solo puede ser entendido si se siente primero.
Fue perseguido por el Comité Planetario de Reestructuración, acusado de “heterodoxia estética con consecuencias morales”, y tuvo que vivir sus últimos años en una ciudad secreta construida bajo la piel de un desierto. Allí fundó un Oráculo Viviente, donde los visitantes elegían su futuro a través de la mirada de un leptron.
Murió a los 77 años, aunque algunos dicen que simplemente se convirtió en un símbolo puro, y ahora viaja en los pensamientos de los que aún no se atreven a decir todo lo que sueñan.
Hoy, Aelion Sarvast es estudiado en secreto por neuroarqueólogos, artistas heréticos y constructores de inteligencias emocionales. Su vida no cabe en los registros. Solo en los umbrales.